miércoles, 11 de diciembre de 2013

San Martín de Castañeda, un lugar privilegiado

El monasterio de San Martín de Castañeda fue construido en un lugar privilegiado por la naturaleza, uniendo de esta forma belleza arquitectónica y paisajística, pues a sus pies se encuentra el Lago de Sanabria, sobre el que los monjes obtuvieron en el año 916 el derecho de pesca. La estancia de los frailes en este lugar se documenta ya hacia el mencionado año, cuando era abad Martín; aunque hay algún autor que adelanta la fecha al año 897. Donaciones y compras a lo largo de los siglos X al XII acrecentaron su patrimonio, además a mediados de esa centuria gozaron de la protección de Alfonso VIII, que va a donar el monasterio a Pedro Cristiano, monje de Carracedo y amigo de San Bernardo, y a cuantos acepten la regla benedictina. En el año de 1207 se incorporará, no sin resistencia previa, a la orden del Císter.
 
Parte de su primitiva historia quedó recogida en una lápida, colocada en el hastial de poniente, que traducida dice así: “Este lugar antiguamente dedicado en honor de San Martín, de reducidas dimensiones, permaneció en ruinas largo tiempo, hasta que el abad Juan vino de Córdoba y consagró aquí un templo, levantó sus ruinas desde los cimientos y lo reconstruyó con piedra labrada, no por orden imperial y sí por la incesante diligencia de los monjes. Estas obras se acabaron en cinco meses, reinando Ordoño (II), en el año 921”. Evidentemente se trataría de un monasterio mozárabe del que no ha llegado más que algunos restos dispersos, unos en la propia iglesia y otros situados en edificios del propio pueblo. Del reconstruido monasterio a partir de 1150 sólo permanece su monumental iglesia, y ello por haber servido de parroquia, y alguna dependencia como el pabellón de entrada, la sala capitular...
 
Siguiendo a José Ramón Nieto González, cuenta con una planta de cruz latina con cabecera triabsidal escalonada, crucero ligeramente marcado en planta y bien potenciado en altura y tres naves de cuatro tramos, con lo que en definitiva parece inspirarse en la catedral zamorana, sin embargo en San Martín las pilas son cruciformes hacia las naves laterales y cuadradas hacia la central. En cuanto a cubiertas hay que registrar las consabidas bóvedas de horno en los semicírculos absidales y cañón apuntado en los tramos rectos que los preceden; estas capillas quedan separadas de sus correspondientes naves por arcos semicirculares en las laterales y por uno peraltado en la central; también la nave principal y los brazos del crucero se cierran con bóvedas de cañón agudo, pero en el centro de éste se elevó una nervada y baída, tal vez inspirada en el monasterio de Moreruela, cuyos nervios apean sobre ménsulas de rollos. Las naves secundarias se techan con bóvedas de arista, de mampostería de pizarra, pero alguna hubo de reforzarse con nervios; existe igualmente una de arista en la nave de la epístola.
 
De particular belleza es su cabecera por el exterior; el ábside central se anima por cuatro columnas que lo dividen en cinco calles, más estrechas las extremas, abriendo las anchas una ventana por lienzo sobre columnas con capiteles vegetales esquematizados que apean dos arcos. La cornisa, de tipo zamorano, corre sobre canecillos triangulares. Los absidiolos presentan tres columnas con capiteles vegetales organizando cuatro carrerras; rasgan una ventana con un solo arco redondo sobre columnitas. Capiteles y canecillos son similares a los de la capilla mayor. También es de gran belleza el hastial norte del crucero con una arquería ciega de cuatro arcos alancetados sobre esbeltas columnas con capiteles vegetales en su cuerpo medial; en lo alto, bajo la cubierta a dos aguas, se abre una ventana con arco semicircular.
 
En general, el edificio se caracteriza por la contención decorativa, pero no obstante hay una larga serie de capiteles en las ventanas y pilares de las naves que lucen motivos geométricos, vegetales y en menor medida figurados, tal vez por la dificultad objetiva del material, el granito. Esa dureza dificulta también la identificación de las marcas de cantería repartidas tanto por el interior como por el exterior del templo.
 
De la puerta del hastial de poniente poco queda en su estado original, pues se reformó en 1571 empotrando un relieve granítico de San Martín y el pobre y escudos, no obstante se conserva el óculo con zig-zag y puntas de diamante. En lo alto se rasgó un óculo. Remata todo una espadaña dieciochesca. En la nave meridional se conservan dos portadas; la tangente al brazo del crucero voltea cinco arcos escalonados sobre columnas con capiteles vegetales; la otra, a los pies de la nave, tiene arco doblado; una y otra comunicarían con dependencias conventuales y con el claustro del que sólo se conservan arcosolios agudos y arranques de bóvedas de terceletes, ya del siglo XVI, cuando también se construyó la sala capitular, cubierta con dos bóvedas de crucería ya con ornatos renacentistas.
 
Fueron importantes las obras llevadas a cabo en el siglo XVIII, que en gran medida rehicieron varias dependencias monacales, como la actual entrada al conjunto, pero mayor interés tiene la fachada barroca, de 1760, que potencia el eje central, donde se abre la puerta bajo un balcón volado entre pilastras cajeadas y decoradas con placas recortadas, que indican procedencia gallega.
El conjunto fue restaurado por Luis Menéndez-Pidal y Francisco Pons Sorolla y recientemente por Garcés, que ha utilizado criterios muy atinados.