miércoles, 23 de octubre de 2013

La importancia histórica de la ciudad de Toro

 
Es de sobra conocida la importancia histórica que tuvo la ciudad de Toro a lo largo de la historia. Singulares personajes civiles y eclesiásticos, nacieron, residieron o pasaron por la ciudad dejando diversas huellas de ese paso; sin duda, una de ellas se corresponde con el importante patrimonio monumental llegado a nosotros. De todo ese patrimonio, solamente una representación muy pequeña de edificios de diverso carácter, ha sido objeto de una protección legal, algunos de ellos, como es el caso de la Colegiata, desde el lejano año de 1892; ello no significa que otros muchos carezcan de valores para tal catalogación. En cualquier caso, siempre es agradable recorrer sus intrincadas y estrechas calles, cuyo trazado aún permiten imaginar sus barrios y sus gentes, de los que todavía quedan imágenes evocadoras en algunas de las casonas, en cuyos portalones se venden las hortalizas de su rica huerta, o donde es posible ver los carros de labranza y carruajes de paseo, utilizadas en los desfiles populares. Sin duda, el bagaje monumental e histórico-artístico de Toro bien merece ser conocido.
 
Resulta llamativa la escasa aportación arqueológica que ofrece el subsuelo de la ciudad de Toro, cuya situación dominando el río y su amplia vega le confieren una situación privilegiada como enclave defensivo, como lo fue precisamente a partir de la Edad Media. Y la duda parte de conocer la procedencia del conocido verraco que le da nombre y la identificación de la ciudad con la antigua población celtibérica de Arbocala, aunque los restos arqueológicos correspondientes a esta época son parcos tanto en hallazgos como en extensión, ciñéndose a un extremo de la ciudad conocido como La Baltrasa cuya potencia antrópica es realmente escasa.

 
Siguiendo a Navarro Talegón: “Ningún vestigio arqueológico nos autoriza a ver en el plano urbanístico de Toro huellas del asentamiento preexiste a la orden de repoblación dada por Alfonso III el Magno, a principios del siglo X, época en la que aparece esta ciudad como núcleo importante en la frontera del reino de León.” Sin duda, sus recintos amurallados aportaron una tipología que creó modelo para los de otras poblaciones: la construcción se realiza con mortero de cal y canto rodado a base de “tapias” y coronación de merlones simples, de los que quedan muy pocos ejemplos, habiendo desaparecido sus antiguas puertas y con una planta semicircular cuyo cierre natural lo imponen las llamativas barranqueras.
 
…“El primer cerco murado partía del puente, escalaba por barrancos de un desnivel de cerca de cien metros hasta alcanzar la barbacana del alcázar, en el ángulo S.E.; inmediatamente se abría un postigo en dirección de San Román de Hornija; más hacia el N. al final de la calle de San Lorenzo aparecía la puerta de Morales, continuaba por el N. con las puertas del Mercado (hoy del Reloj) y del Postigo, abarcaba la calle de Trascastillo –donde, al parecer, se alzaba una fuente-y la Plaza de San Pedro, hasta llegar a la puerta de Pozoantiguo; se dirigía por Tablaredonda a la puerta de Adalia y, desde ésta, cortaba la plaza de la Magdalena para, bordeando la calle de Pajaritas, descender por los barrancos y enlazar de nuevo con la cabeza del puente.
 
La cerca del arrabal, de fecha incierta, mucho más amplia que la primitiva, era de gruesos tapiales de tierra sacados de los fosos que la defendían. Estaba reforzada por torres cuadradas colocadas a una distancia aproximada de cincuenta pasos. Enlazaba en el postigo de San Román con la muralla antigua; de allí partía, por el escalón superior del actual paseo del Carmen, hasta la torre de Malpique, en el ángulo S.E.; se dirigía por el E. a la puerta de Corredera, portillo de Santa María la Nueva y puerta de Capuchinos; se doblaba en el ángulo N.O. y, desde la puerta de San Antón, se dirigía a la de Zamora o del Canto, cortándose a poco de pasar la misma, al borde de las pendientes quebradas del S.O., pues éstas hacían inaccesible ese flanco. Entre el alcázar y la torre de Malpique bastó con consolidar dos escalones naturales que por allí corren superpuestos: el uno sirve hoy como paseo del Carmen; el otro constituye el límite de la terraza sobre la que se asienta el caserío. Dos entradas había en este trecho: la Puerta Nueva, abierta como una cuña en la cresta superior, y, en el centro, el portillo de San Marcos. De todo ello subsisten poquísimos vestigios, entre los que sólo merecen mención las puertas de Corredera y Santa Catalina, reconstruidas respectivamente en los siglos XVII y XVIII”.

 
Otro de los aspectos que llama la atención es el aprovechamiento, que aunque difícil, se hizo de las barranqueras, tal y como nos lo representa Antón van der Wingaerde en 1531, donde no sólo los tramos de murallas, sino un buen número de iglesias, como Santa María, San Vicente (S. XIV), Santiago de Tajamones, San Juan y San Pedro “sobre el río”, identificada ésta a través de recientes excavaciones, S. Cebrián y S. Miguel de la Cuesta.

 
Sin embargo, en el interior de estos recintos los puntos más importantes los marcan la Colegiata y El Alcázar. De la primera parte, hacia la Puerta del Mercado o del Reloj, el vial más amplio de la ciudad, formando parte de la Plaza Mayor; el resto de calles son estrechas e intrincadas que parten de las puertas ya citadas, hacia pequeñas plazas formadas en torno a las iglesias, destacando por su amplitud las de santa Marina, san Francisco san Agustín, además de la citada Plaza Mayor, cuya configuración actual adquiere a mediados del siglo XVI, con la construcción del Ayuntamiento- renovado tras un incendio dos siglos después- y la eliminación de parte de sus soportales medievales, de los que todavía subsisten algunos rollizos y pilares ; el cierre septentrional lo constituye la iglesia del Santo Sepulcro, cuya obra original mudéjar ha quedado oculta por una fachada poco llamativa.

 
Pero la belleza de la ciudad de Toro no sólo radica en su topografía sino en los edificios que se mantienen, tanto civiles como religiosos, los cuales contrastan, según que zonas con un caserío humilde. A la emblemática Colegiata con su esbelto cimborrio, trazas románicas o la impresionante portada policromada de la “Majestad” o el transformado Alcázar, de planta romboidal, que por su uso como cárcel en época moderna, se transformó su interior, se desmocharon sus coronamientos y se eliminó la puerta original, se le suman un buen número de iglesias, entre las que destacan las mudéjares, cuya competencia es difícil de mantener a pesar de la desaparición de un buen número de ellas –en un documento del siglo XIV se contabilizan cuarenta-, así como conventos, instituciones benéficas y palacios y casas señoriales, distribuidos por toda la ciudad: iglesia de San Salvador, San Lorenzo el Real, santo Sepulcro….conventos de las Mercedarias y de las Sofías, ambos construidos en edificios palaciegos; de Sancti Spiritus, fundado por la noble de ascendencia portuguesa Teresa Gil; de Santa Clara, o los palacios de los Ulloa, marqués de Alcañices, marqueses de San Miguel de Grox (casa de las Bolas), palacio del Postigo… conviven, como ya se ha dicho, con otras humildes construcciones en espacios y calles que hacen referencia al oficio de sus moradores – Candeleros, Odreros, La Plata o el barrio de los alfareros que tanta fama dio a Toro, como el Negrillo-.
 
Y en este rápido plano no se pueden olvidar las impresionantes bodegas subterráneas que recorren el subsuelo toresano, cuya tradición vinícola queda hoy reflejada en el reflote de una industria floreciente, tras remontar la grave crisis que supuso la filoxera en el siglo XIX.